viernes, enero 21, 2005

Santo Toribio de Liébana (Cantabria) I

Aquí os largo el pestiño este, que me trae mu buenos recuerdos de este verano, una de mis multiples excursiones.


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El reloj marca las siete de la mañana y el silencio duerme entre las paredes del Monasterio de Santo Toribio. Hace frío y el sol hoy tampoco acariciará sus muros. Lo hará a partir de mañana, 17 de enero, porque como reza la tradición desde el día de Santa Cecilia (22 de noviembre) hasta San Antón (mañana, lunes) la sombra se pone sobre el santo Sitio. Son las 7,15 horas y suenan los despertadores de los cuatro frailes franciscanos que viven allí y que custodian el Lignum Crucis, el trozo más grande de la Cruz de Cristo. Hasta hace poco más de un mes eran cinco. El padre Ramón murió el 11 de diciembre. Luis, Juanmari, Jesusmari y Óscar se levantan y sin desayunar suben a la capilla del segundo piso donde celebran una misa. Cada semana se encarga uno de elegir los rezos, los cantos, las lecturas. Ramón tocaba el órgano y no les cuesta admitir que añoran aquellos acordes que resonaban por los pasillos.

Tras la misa, desayunan en el comedor de la primera planta. Allí tienen una bombona de camping-gas y una cafetera que Jesusmari maneja con destreza. Todavía tienen sobre la mesa turrones, bizcochos y peladillas de Navidad. Después de un café caliente se ponen a trabajar. Que si bajar a Potes a hacer los recados, que si atender a la gente que viene a ver la iglesia, que si limpiar, que si las cuentas, que si esta o aquella parroquia No paran y, mientras, sus teléfonos móviles, el fijo del monasterio y el telefonillo de la entrada no dejan de sonar.

El jueves fue una mañana dura. El padre Óscar estaba en Bilbao porque su madre se encontraba muy enferma y a media mañana murió. A los tres les cambió la cara al recibir una llamada que les informaba de la triste noticia. Rápidamente hicieron las gestiones oportunas para dejar la agenda del viernes libre para acudir al entierro.


Estracto del Diario Montañes.

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